San Bernardo, el converso martirizado

Martirio de los santos Bernardo, María y Gracia - Antonio Peris, 1419  (Museo Catedral de Valencia)
Martirio de los santos Bernardo, María y Gracia - Antonio Peris, 1419 (Museo Catedral de Valencia)
Martirio de los santos Bernardo, María y Gracia - Antonio Peris, 1419  (Museo Catedral de Valencia)Martirio de los santos Bernardo, María y Gracia - Antonio Peris, 1419  (Museo Catedral de Valencia)Martirio de los santos Bernardo, María y Gracia - Antonio Peris, 1419  (Museo Catedral de Valencia)Pileta y Sequer de Sant Bernat (Alzira)Pileta y Sequer de Sant Bernat (Alzira)Pileta y Sequer de Sant Bernat (Alzira)Pileta y Sequer de Sant Bernat (Alzira)

Jaume I quedó conmocionado al escuchar su historia y mandó construir una ermita en su honor.

San Bernardo era un musulmán, hijo del arraiz de Carlet, que estando de viaje por Tortosa se extravió y fue a parar al monasterio de Poblet, que en esa época estaba siendo construido por orden del rey Alfonso, abuelo de Jaume I. Viendo al hombre perdido, los monjes lo asistieron y le dieron cobijo. Durante su estancia en el monasterio se convirtió al cristianismo y adoptó el nombre de Bernardo, tomando los hábitos de la orden del Cister.

Al cabo de varios años, Bernardo decidió regresar a Carlet con el ánimo de predicar el cristianismo entre sus allegados. Dos de sus hermanas se hicieron cristianas, pero para evitar las represalias de su propia familia y de la comunidad musulmana se escaparon a Guadasuar, en la huerta de Alzira.

Al descubrir que habían huido, sus familiares los persiguieron y los capturaron. Tanto Bernardo como sus dos hermanas se reafirmaron en la fe cristiana y en ese mismo lugar a Bernardo le clavaron un hierro en la cabeza y las dos hermanas, María y Gracia, fueron decapitadas. Este hecho sucedió en 1180.

Cuando Jaume I conquistó estas tierras quedó conmocionado al oír esta historia y ordenó construir una capilla en plena huerta, en el mismo lugar donde habían sido enterrados. Con el paso del tiempo, al estar ubicada la capilla en las afueras de la población, bajo la custodia de un ermitaño, se temió que alguien intentase robar el cuerpo del santo y el cabildo adoptó una peculiar medida.

Escogió a cuatro de los más respetables ciudadanos del municipio para que cambiasen dentro de la iglesia el lugar donde estaba enterrado el cuerpo del santo. Estos ciudadanos juraban mantener en secreto el lugar del entierro y sólo podían desvelarlo al final de sus días a otra persona que debía mantener, a su vez, el mismo compromiso.

 

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