El asedio de ciudades y castillos
La única forma de conquistar enclaves inexpugnables era mediante el asedio, que podía prolongarse por espacio de meses.
La mayoría de los castillos en el siglo XIII eran inexpugnables y las ciudades estaban completamente amuralladas. La única forma de conquistar estos enclaves era mediante el asedio, que se podía prolongar por espacio de meses.
Cortar el aprovisionamiento de suministros, lanzar al interior del castillo restos de animales muertos para propagar enfermedades entre la población y envenenar o ensuciar el suministro de agua que llegaba a través de los ríos eran técnicas de asedio habituales.
Durante el sitio se producían diversos asaltos con la finalidad de aminorar y destruir las defensas de la ciudad o del castillo. Hasta la introducción de la pólvora en el siglo XIV, la única manera de efectuar esta acción era mediante el lanzamiento de proyectiles (piedras de diverso tamaño) que a fuerza de impactar con los muros acababan por derribarlos.
Algunas de las armas más utilizadas eran el trabuquete (que lanzaba proyectiles a gran altura sobrepasando las murallas), los almajaneques (que disparaba proyectiles a baja altura para romper las murallas y las torres) y los manteletes (empalizadas con ruedas que servían para acercarse con protección a las murallas y asaltarlas).
Los dos instrumentos más utilizados para derribar los muros y murallas fueron los trabucos/fundíbulos, mucho más grandes y potentes, que aparecieron en el siglo XII, y las catapultas, de menor tamaño, ya usadas en tiempos remotos. Estos instrumentos no sólo servían para derribar construcciones. También eran utilizadas para atemorizar a la población.
Jaume I los usó para lanzar sobre la ciudad de Mallorca las cabezas de los moros que habían tratado de cortar el suministro de agua del campamento real durante el asedio.
Si las posibilidades de derribar muros y torres eran escasas, se procedía a la construcción de torres de asalto.
Estos artilugios eran unas construcciones de madera movidas por ruedas que se elevaban por encima de la altura de las murallas. Su interior, de varias alturas, estaba repleto de contingentes de asalto. Una vez aproximada la torre a la muralla, una puerta levadiza en la parte superior permitía la salida de los soldados.
En este momento el combate cuerpo a cuerpo determinaba la conquista o la pérdida de la posición. Obviamente no era fácil llevar una torre hasta las inmediaciones de los muros. Los defensores podían incendiarlas, atacarlas con sus flechas o desnivelar el suelo para impedir su desplazamiento.
Otro método muy efectivo usado con frecuencia para romper las barreras defensivas de un castillo o de una ciudad era el minado. Los asaltantes excavaban un tunel subterráneo hasta situarse debajo de muros y torres. Una vez allí abrían un espacio amplio y lo apuntalaban con troncos.
Acto seguido incendiaban la madera para provocar el derribo del techo y la caída del elemento defensivo situado encima. El minado era, no obstante, muy arriesgado y dificultoso.
En los castillos construidos sobre roca o con foso esta medida era prácticamente imposible. Las torres redondas estaban mejor dispuestas para resistir el minado que las cuadradas, mucho más débiles por las esquinas.
La propia crónica de Jaume I describe uno de estos artilugios usados para la conquista de Burriana.
"Dijímosles que dicho castillo de madera había de tener cuatro brazos, es decir, dos por lado, sin contar otros dos por delante y dos por detrás, con los cuales quedaba completamente afianzado; que tendría dos pisos: el primero a la mitad de su altura, y el otro en la parte más elevada, en el cual estarían los ballesteros y demás gente para apedrear a los sarracenos que asomasen al muro: así los sarracenos no podrán defender aquella parte, pues las ballestas y piedras les incomodarán de continuo, y entonces será cuando de corrida subirán a la torre los cristianos y se apoderarán de ella: y como habrá la ventaja además de que el castillo ocupará el extremo del foso, no queda duda de que la villa caerá en nuestras manos" (Crónica, cap. 158).
De igual forma, el asedio a la torre de Moncada resulta brutalmente descriptivo en el relato de Jaume I:
"A la hora de vísperas llegamos ya cerca de la torre de Moncada, de modo que al anochecer de aquel mismo dia, antes de que resplandeciesen las estrellas, teníamos ya armado y colocado el ingenio: por la noche se le pusieron las cuerdas, y al otro dia por la mañana comenzó a disparar. En la albacara de la torre se hallaban apiñadas tanta multitud de mujeres, niños, vacas y otras reses, que las piedras que tiraba el fundíbulo mataban cada vez a alguno; y como la máquina no cesaba nunca de tirar, ni de dia ni de noche, al cabo de cuatro dias, el hedor que despedian los cadáveres les obligó ya a rendirse por cautivos y a entregar la torre" (Crónica, cap. 202).